Con los Ojos de Nieto....

“Nadie muere mientras permanezca en el corazón del hombre”

Anónimo.

La carretera destapada no deja ver mucho del camino que se deja atrás en la Jeep modelo 75 que nos lleva hasta la vereda el retiro. Mirar hacia adelante es la alternativa que se tiene. Plantaciones, ganado, pájaros, cielo azul…dos montañas fueron separadas para construir una carretera que lleva a los campesinos hasta la vereda el Retiro.

Las dos montañas parecen dos senos, la Jeep una gota de agua que recorre el cuerpo de una mujer llamada tierra, y cuando pasa por la mitad de los senos de tierra es como entrar en otra dimensión, el paisaje se torna inalcanzable… eterno… tranquilo… la carretera sigue rodeando la montaña y se puede percibir todo el paisaje verde y azul; si se fija bien, al final del paisaje se puede percibir el nevado del Ruiz.

Este valle escondido, sacado de películas de mundos escondidos, de viajes al centro de la tierra, de Jurasic Park lo corta un rio, trasparente, claro, que se deja conocer gracias al puente que pasa al lado de la cascada donde con un grito se deja notar en el valle.

Finalmente se llega a la escuela donde dice mi madre que ella y sus hermanas estudiaron la primaria, unos dibujos de las vocales viejos que se pierden entre la maleza que es la más vieja en el vereda. Ahí nos bajamos del jeep, muy sucios por la carretera. Se ven campesinos con sombrero blanco de cinta negra, de tez morena, que a todo el que llega lo saludan con una sonrisa. Como no te conocen les aclaran que son los “nietos mancera” seguimos el camino con las maletas en los hombros hacia la casa, es un camino angosto abierto a puro caminar de personas y mulas, por donde se saca el café y el plátano que se siembra en las fincas bien adentro.

Unos 20 minutos caminado y ya se ve el techo de la casa de la Abuelita, enaltecen unas palmas de plátano y uno naranjales. Me alegro porque estaba muy cansado. Finalmente se salía del camino para entrar en la casa; unos perros salen a la espera de los visitantes, muy agresivos y desconcertados, huelen el miedo de los niños.

Pero sale el tío y los calma; nos invita a que sigamos, pregunta mi tía quien llego, los hijos de Rosa responde mi tío. Allá sentada veo a mi abuelita sentada en una butaca pequeña de madera, desgranando mazorca para hacer envueltos en la mañana. Nos apresuramos abrazar a la abuelita y la llenábamos de besos y nos poníamos a desgranar mazorca con ella; mientras llevaba cinco, nosotros teníamos media mazorca pelada, la ciudad deteriora la motricidad que los niños.

El día se acaba a eso de las 7 de la noche, cuando un palo que era la cerradura aseguraba las dos puertas de la casa, mirábamos la novela con la abuelita y los tíos hasta quedar dormidos. La mañana para nosotros empezaba a las cinco de la mañana, veíamos a la abuelita repartir tinto a los tíos y unos trabajadores de la finca, después la abuelita se sentaba un rato con nosotros y nos decía que cuidado por ahí. Mientras ella sembraba yuca, arracacha, frijol, café, maíz, plátano, hacia los quehaceres de la casa, cocinaba, recogía leña, veía la novela, nosotros jugábamos con las gallinas, los cerdos, y los perros que ya nos habían cogido cariño.

… lo siento si mí escrito es disonante y poco coherente, pero quiero tener en mi memoria muchas cosas que conocí de mi Abuelita, no lo crean, las lagrimas al escribir  son.. o no son, no quiero perder detalle con una mujer tan dulce, trabajadora como era mi abuelita, el ultimo abuelo que me quedaba.

Busco en mi memoria y se asoma un recuerdo de ella sentada en la butaca tomando café y echándole maíz a las gallinas,. Recuerdo una vez que la acompañe a traer yuca, y me enseño a echar azadón, mi abuelita tenía más fuerza que yo. Recuerdo que cada vez que sacrificaban un cerdo para ser las delicias de diciembre mi abuelita se ponía a llorar. Recuerdo una vez que perdí lo del arroz en un mandado y mi abuelita me regaño. Recuerdo a mi abuelita sentada en la mesa con mis tíos, y dándome carne por debajo de la mesa, porque sabía que estaba triste porque los grandes se comían las mejores presas. Recuerdo cada mes de vacaciones que mi Mamá me mandaba a la finca a pasarla en el campo y aprendiera a trabajar la tierra.

La idea del cielo y un ser superior a veces no me llena, hay alguien en quien si he creído del todo y es mi Mamá y ella dice que ahora la abuela es un angelito que esta desde el cielo cuidándonos, y yo le creo. Cierro los ojos y veo la imagen de ella en un ataúd, pero los abro y recuerdo todo lo que les conté; y de seguro  quedo tranquilo porque me dicen que en el cielo también siembran maíz y comen envuelto y mi abuelita no debe estar aburrida trabajando, como siempre lo ha hecho.

Doña Ana Elvira Ibáñez de Mancera nació en Jenesano Boyacá el 29 de mayo de 1927, se Caso con Luis Felipe Mancera a la edad de 18 años y se fueron a vivir a una tierra colonizada por los mancera a principios de siglo en lo que se conoce hoy como la vereda de el Retiro, Municipio de Quipile del Departamento de Cundinamarca, a unas 4 horas de Bogotá. Los Mancera tuvieron 9 hijos, El Abuelito murió en 1985, mi abuelita viuda siguió trabajando la tierra y sus hijos adolecentes emprendieron su camino. Blanca, Rosa, Miryam, Alfonso, Yolanda, Henry se fueron a la capital, Filo consiguió mujer y compro una finca en el Mismo Retiro, Isnoraldo y Dilia siguieron trabajando en la finca con la abuelita. El día 9 de febrero murió doña Anita en la ciudad de Bogotá, siendo las 7 de la noche, dejando 9 hijos,  15 nietos, 13 bisnietos con una sonrisa que nunca se va a borrar.